jueves, 15 de septiembre de 2011

Jerusalén, en cuerpo y alma




Son innumerables las menciones en las que Jerusalén aparece como una referencia urbanocéntrica, por así decirlo, pero de entre ellas ninguna mejor que la que Simon Sebag Montefiore elige como primer epígrafe de este monumental libro: «La visión de Jerusalén es la historia del mundo; es más, es la historia del cielo y la tierra».
Son palabras del narrador y político inglés Benjamin Disraeli que el autor de Jerusalén. La biografía (traducción de Rosa María Salleras) retoma para hablarnos en la primera página de cómo la urbe israelita «es la morada de un Dios, la capital de dos pueblos, el templo de tres religiones, y la única ciudad del mundo que existe dos veces, en el cielo y en la tierra».

El desafío es de campeonato, pues no hay sitio más complejo de estudiar por su combinación de historia, política y religión que Jerusalén, pero Sebag, británico con antepasados israelíes, se esfuerza en alcanzar la objetividad en un terreno muy difícil de objetivar. «Centro del mundo», «Ciudad Elegida», «punto de encuentro entre Dios y el hombre», «Ciudad Santa»… Así y de muchas otras formas es descrita Jerusalén, ya de por sí un recodo incomparable desde antiguo pues «ninguna otra ciudad tiene su propio Libro y ningún otro libro ha guiado de ese modo los destinos de una ciudad». De ahí que las distintas fes, los diversos textos sagrados, la Biblia («la primera y fundamental biografía de Jerusalén»), los documentos históricos y las crónicas nos lleven a obtener una visión que, para Sebag, ha de nutrirse de verdad y de leyenda al mismo tiempo.

No puede ser de otra manera tratándose de un lugar donde tan arraigadas sensibilidades, las formadas por las tres grandes religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islam, comparten tierra y cielo. El escritor busca relacionar cada una de ellas con los emblemas y relatos más característicos que han llegado a nuestros días; así, conocemos: «el mundo de David», cuando Jerusalén era apenas un poblado, allá por el año 1000 a. C., hasta las guerras judías del año I d. C.; el apogeo y caída de Bizancio y la invasión persa; las conquistas árabes de los siglos VII-XI; las Cruzadas medievales, los mamelucos y los otomanos, que alcanzan hasta 1799. Luego llegará Napoleón, que se retirará a Egipto tras provocar miles de muertos, la conquista albanesa, el éxodo de judíos rusos a Jerusalén y, ya en el siglo XX, la Gran Guerra, las revueltas árabes...

Y es que, inevitablemente, este libro es una manera de conocer lo peor del ser humano a través de la historia de su poderío y derrota: su ansia de aniquilación, su sed de sangre y afán por ocupar lo ajeno. Desde el prólogo, centrado en las sanguinarias acciones de Tito ante la revuelta de los judíos del año 66, hasta La Guerra de los Seis Días (1967), que enfrentó a Israel con una coalición árabe que desembocó en un ataque jordano a Jerusalén, el volumen es un rosario de matanzas, explotaciones y crueldades que alimenta la idea que se expone al comienzo, esta es, que Jerusalén «ha sido un nido de supersticiones e intolerancia». A este respecto, también se alude al sectarismo, al comportamiento intransigente, conceptos que están en la cresta de la ola aún hoy en día, aunque Sebag evita posicionarse políticamente, «ni siquiera habida cuenta del conflicto actual» entre Israel y Palestina, a su juicio, el «más intenso y emocional» del planeta.

Para enfatizar dicho enfoque, el escritor concluye el grueso del libro en la citada Guerra de los Seis Días que originó buena parte de la situación actual y que resulta tan cambiante como enquistada. Tras ello, añade un epílogo donde describe la política israelita de las últimas décadas, además de recrear un día cualquiera en los Santos Lugares de las tres fes –la Iglesia del Santo Sepulcro de los cristianos, el Muro de las Lamentaciones de los judíos y la Cúpula de la Roca de los musulmanes–, ninguna de las cuales, advierte en la página 666, «logró jamás ganar Jerusalén por otro medio que no fuera la espada, el mangonel o la artillería pesada».

Todavía hoy los jerosolimitanos pisan la misma tierra contradictoria que se encontró el rey David: la de la santidad y la del apocalipsis, la de lo sagrado y lo violento. El cielo que la cubre es igualmente imprevisible, siempre pendiente de la bonanza o del estruendo, de la paz o de los proyectiles. La misión de Sebag ha sido demostrar que tales contrastes existieron en todas las épocas de Jerusalén; que, en efecto, el destino de la ciudad ha sido, es y será estar en el centro de las miradas del mundo.
Publicado en La Razón, 15-IX-2011