lunes, 28 de enero de 2013

Entrevista capotiana a Mario Cuenca Sandoval


En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Mario Cuenca Sandoval.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Estoy tentado de decir que en casa, con mi familia, con mis libros. Pero, como se trata de un experimento mental, escogeré uno de esos palazzi venecianos, el más decadente.
¿Prefiere los animales a la gente?
No, en absoluto. Y no entiendo a quienes responden sí a esta pregunta.
¿Es usted cruel?
Sobre todo conmigo mismo. Me juzgo de una forma muy severa. Pero creo que eso, al menos en algunos tramos del proceso creativo, resulta bastante útil.
¿Tiene muchos amigos?
No muchos. Las amistades hay que cuidarlas. Y yo he elegido una forma de vida demasiado solipsista. Y además mis mejores amigos están lejos, por azares de la vida. Circunstancia a la que se añade mi incapacidad para mantener conversaciones fluidas por teléfono. Una manía como otra cualquiera.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No los someto a ninguna selección. Confío en la empatía.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. Intento evitar sentimientos de ese tipo. Esperar mucho de los demás no es que sea imprudente, es que es injusto con ellos.
¿Es usted una persona sincera?
Soy sincero, pero también bastante hermético. Y no hay contradicción entre ambas cosas.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Con tópicos burgueses. Lectura y cine, sobre todo. Me gustaría poder viajar más de lo que lo hago -otro tópico-.
¿Qué le da más miedo?
La enfermedad. Y la muerte, sin duda. Y no hablo solo de la mía. Ni siquiera la mía en primer lugar. Seguramente la de mis hijas en primer lugar, por encima de todas las muertes posibles.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandaliza la impunidad de algunos genocidas, por ejemplo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No lo sé, e incluso me da miedo pensarlo. Le ruego que no me obligue a pensarlo. Me aterra.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Francamente, no. Salta a la vista. Salvo que mi paseo matutino se incluya en esa categoría.
¿Sabe cocinar?
Un poco. Cocina de supervivencia, nada muy elaborado. Arroces, pasta, sopas, guisos... La cocina requiere de una intuición de la que yo carezco, así que no puedo ir más allá de recetas muy simples.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Escogería a Ernest Shakelton, o a Mallory, o a Amundsen y Scott, a alguno de los grandes aventureros del siglo pasado.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Pan. Es muy sencilla y humana. Y creo que en muchas partes del mundo suena aún más esperanzadora. Además remite a algo más abstracto; me gusta la definición del ser humano que ofreció Hesíodo -“animal que come pan”- porque recoge hacia sí la inventiva de nuestra especie.
¿Y la más peligrosa?
Verdad.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, en serio. O al menos no por razones morales. Por razones estéticas, sí. Musicales, sobre todo. Soy muy intolerante en cuestiones musicales.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy un hombre de izquierdas que todavía no ha encontrado la sección o el departamento en el que debería ubicarse, porque suelo discutir con los ocupantes de todos.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Supongo que, si pudiera ser otra cosa, me daría igual. Las demás me resultan intercambiables.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La exigencia. La practico sobre todo conmigo mismo.
¿Y sus virtudes?
La exigencia. La practico sobre todo conmigo mismo.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
La primera vez que vi una pantalla de cine. Una cena en una terraza del Quai de Montebello en que nos calló una tromba de agua y los turistas nos arremolinamos a las puertas del restaurante. Algunas mañanas con mis hijas. La nieve de mi niñez. Esas cosas.
T. M.