martes, 29 de enero de 2013

Una vida gris en cómic


El baúl en el que Fernando Pessoa, fallecido en 1935 a los cuarenta y siete años, fue guardando miles y miles de páginas escritas de forma caótica y que conservó su hermana durante décadas, sigue abierto. El día antes de morir en un hospital de cirrosis hepática, escribiría en inglés quizá la frase más sincera de su vida, sin la excusa de ningún heterónimo, esos personajes en los que se desdobló para multiplicar su voz literaria: «No sé lo que el mañana me traerá.» Para los investigadores, el mañana del poeta ha ido trayendo continuos descubrimientos desde que se descubriera el arcón con sus tesoros literarios. El último, una serie de cuarenta y tres escritos de carácter histórico que aún eran inéditos y que hace pocos meses aparecieron en una editorial lisboeta con el título Sebastianismo e Quinto Império, sobre «la dimensión mítica de la nacionalidad portuguesa», en palabras de sus editores.

El célebre baúl, más los cuadernos donde Pessoa escribía con letra apretada poemas, prosas, minicuentos, aforismos, todo un caudal literario de complejísima transcripción e inapreciable riqueza literaria, pudo contemplarse en la exposición «Pessoa, plural como el universo», a inicios del año 2012, con sede en la Fundación Gulbenkian, en Lisboa, y que recordó a la maravillosa «Las Lisboas de Pessoa» (Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, 1997). La muestra, procedente de Brasil, se organizó a partir de cabinas en las que aparecían los heterónimos pessoanos más importantes; Todo un «drama em gente», como él mismo lo definió, que nació un «día triunfal» de 1914 en el que tuvo la visión de convertirse en varios escritores, cada uno con su personalidad, biografía y estilo literario propios.

Pessoa jugó a «otrarse» (el neologismo es suyo), a ser continuamente otro. De uno de esos álter egos, Bernardo Soares, en una carta de 1935 a su amigo Adolfo Casais Monteiro, dijo: «Soy yo menos el raciocinio y la afectividad.» Pessoa es también y no es el estoico y horaciano Ricardo Reis cuando afirma: «Somos cuentos contando cuentos, nada», y Alberto Caeiro, el poeta de la naturaleza que asegura no encontrar un sentido oculto tras las cosas, o el futurista Álvaro de Campos. Todos forman un solo amigo íntimo de las tabernas lisboetas que el escritor frecuentaba, porque cada uno de ellos todavía nos habla del desconcierto humano, de la ambigüedad y del tedio que el hombre arrastra. Quien lea «El guardador de rebaños» de Caeiro, entenderá que no hay nada que entender; quien recorra las odas de Reis se dirá: «Pensar con el sentimiento, sentir con la inteligencia: las dos cosas son enfermizas»; y quien visite el «Estanco» de Campos, quizá se reconozca en los versos: «No soy nada. / Nunca seré nada. / No puedo querer ser nada». En suma, el lector también se hará un fingidor de sí mismo.

Estas diferentes máscaras de un ser enclaustrado en una vida gris de oficinista soltero y que apenas publicó en vida ha sido llevada con brillantez al relato gráfico por Laura Pérez Vernetti (Barcelona, 1958) en Pessoa & Cia. Primero, la historietista –que ya había dado muestras de interés por el mundo literario al haber adaptado obras de Borges, Maupassant y Baldwin– ofrece un breve recorrido en blanco y negro por la trayectoria del autor: nacimiento, temprana muerte del padre, segundas nupcias de su culta madre con un cónsul, infancia y adolescencia en Sudáfrica, regreso a Portugal, entrega introspectiva a las letras, invención de heterónimos y fin por culpa de un cólico hepático complicado por el abuso del alcohol. Después, interpreta a color varios poemas extraordinarios: «Nubes», «Lidia», «Tránsitos» y «Amar es pensar», más tres prosas del inclasificable «Libro del desasosiego»: «La oficina amplia», «Mi familia» y «La estupidez».

Y todo, con un prefacio del poeta Jesús Aguado, que habla de su colega en estos términos: «Pessoa es el gran hipnotizador del siglo XX: leer un texto suyo, por mínimo que sea, le hace a uno entrar en un trance del que no podrá salir jamás». Para quien no ha pasado por esa experiencia trascendental aún, he aquí una posibilidad de aproximarse a una obra que no se acaba nunca y que, como una caja de Pandora benigna, no para de proporcionar sorpresas desde un arcón aún entornado.

Publicado en la revista Clarín 
(núm. 102, noviembre-diciembre 2012)