jueves, 14 de febrero de 2013

Entrevista capotiana a José Luis Piquero


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor estadounidense se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José Luis Piquero.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Hasta el paraíso tiene que resultar infernal si uno no puede salir jamás de él. Pero si tengo que elegir ese infierno, escojo el lugar paradisíaco en el que ya vivo, Islantilla. Soy un animalito soleado.
¿Prefiere los animales a la gente?
No me atrevo a tanto pero en mi fuero interno sé que mi gata Nana es mil veces mejor que miles de seres humanos que han venido al mundo a hacer daño, mientras que ella sólo ha venido a ser feliz y hacer felices a los que la rodean (con excepción de algún conejo).
¿Es usted cruel?
No, pero me he mostrado cruel a veces, como todos nosotros. Lo lamento, si lamentarlo sirve de algo.
¿Tiene muchos amigos?
Amigos de verdad, amigos a muerte, muy pocos. Pero hay otra categoría, que me resisto a llamar “conocidos”, en la que figuran innumerables personas igualmente adorables, queribles y amables. Digamos que tengo muchos amigos, y de ellos un reducidísimo círculo son parte integral de mí mismo, mis hermanos, aunque no lo sean de sangre.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No sé, son tan variados que no creo que haya ningún elemento en común: los tengo religiosos y ateos, de izquierdas y no tanto, gays y heteros, escritores o no...
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No suelen. Pero cuando alguna vez lo han hecho les he perdonado. Me refiero a los íntimos, a los de verdad. Yo he solido decepcionarles más. Pero también me lo han perdonado.
¿Es usted una persona sincera? 
No, no lo creo. Ni creo que fuera deseable. La sinceridad en todo tiempo y lugar y a costa de lo que sea es un arma de destrucción masiva. Otra cosa es ser un falso redomado. Eso tampoco.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Con perdón: follando. Y si no, trabajando. Me gusta mucho mi trabajo (el de traductor, me apresuro a aclarar).
¿Qué le da más miedo?
El momento anterior a la muerte, que temo de profunda zozobra. En mis pesadillas he soñado con la sensación de agudo remordimiento e imposibilidad de reparar los errores cometidos. Tengo la certeza y el pánico de que no moriré con serenidad.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Si hacemos abstracción de las grandes maldades, me escandalizan la vulgaridad, la grosería, la mala educación...
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
De pequeño quería ser policía o piloto. Tuve mi época de querer ser cura. Ojalá hubiera sido médico. Pero me gusta ser lo que soy.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Ninguno. Ni caminar. Nado, eso sí. Soy un cuarentón flaco, sano y vago.
¿Sabe cocinar?
No sé cocinar y detestaría tener que hacerlo. Pero soy lo que adoran todos los que cocinan: un estómago agradecido. Lo sé porque vivo con una cebadora nata.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Del momento presente a muchos: a Obama, tal vez, o a James Randi, el gran divulgador escéptico. Del pasado, puede que a Luis Cernuda, a Sylvia Plath, a Jaroslav Seifert... Todos poetas, los cinco.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Hoy, mañana, pasado...
¿Y la más peligrosa?
Nunca.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí, muchas veces: a dictadores, a asesinos especialmente viles, a gente deliberada y extremadamente vulgar... Lo he deseado de verdad, con fruición. Pero nunca a nadie que conociera personalmente. Esto último es muy significativo, espero: no sería realmente capaz de matar.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy militante de Izquierda Unida, y supongo que eso delimita bastante el campo. Pero creo que no resulto tan fácilmente clasificable: tengo mi heterodoxia y mis contradicciones y no soy hombre de consignas. Pero de izquierdas, republicano y ateo, eso sí.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un gato querido y bien cuidado. Una mujer guapa. Un hippy en la California de finales de los 60. Cualquier mueble de la casa de Martina Klein.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Antes era el tabaco. Ahora no fumo y llevo un año enganchado al cigarrillo electrónico, que es lo mismo pero sin daño (y además puedo echar humo en los bares, entre la envidia general). Me gusta mucho beber. Amo el vino, sin ser un entendido. Me encanta el sexo en grupo, pero eso no es vicio.
¿Y sus virtudes?
Decía Benavente que la virtud sólo es la suma de los vicios que no tenemos. No sé, soy bastante honrado, por ejemplo. Soy de los que les dan de más en el cambio y corren a devolverlo.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Sin duda, la imagen de un socorrista nadando hacia mí a toda prisa.
T. M.