domingo, 3 de noviembre de 2013

Antonio Rivero Taravillo, poeta de la lluvia

Con A. R. T. en Sevilla, enero del 2010

Los que tenemos la suerte de conocer, leer, tratar a Antonio Rivero Taravillo, ese homme de lettres como lo llamé en otra entrada en este mismo blog –a propósito del libro que él mismo me dio en su Sevilla, un sensacional recuento de sus críticas literarias–, nos ha hecho felices recibir:


En ella encuentro al poeta dando un salto de calidad sobre el charco de su obra. La anécdota, el detalle insignificante para los demás, el gesto-pasajero-de-gentes-o-paisajes se ha vuelto más lírico, más sutil, más refinado en comparación con su poesía anterior, que surgía impulsiva, que quería captar con frenesí un instante del tiempo; ahora esa captación es más sugestiva, insinúa sin enseñar tanto, pero sin dejar sus señas de identidad: la ironía y el lenguaje claro y la metáfora imaginativa. Preciosa esta Lluvia, pues en ella hay observación, meditación, memoria, además de una sonrisa melancólica. Una lluvia que es “árbol genealógico de la vida”, que es un “xilófono” tocando en las tejas, que es evocación del tamtam de una película de Tarzán. El haiku, tan querido por Antonio, también tiene cabida como pequeñas gotas de ternura, y sale el tópico de las lágrimas en un poema titulado “Llora”, y afortunados símiles que emparenta la lluvia con una caligrafía de “versos negros”… Es una poesía que celebra la vida, pues qué no es sobre todo la lluvia, y que homenajea a nuestra última amiga, la muerte: por eso aparece un día en un cementerio, o la alusión a un fallecimiento familiar, pero al instante, al lado, el asombro por una muchacha bella en un divertido poema en el que podemos imaginarnos a Antonio en el instante de su inspiración, con esa mirada siempre risueña, inteligente, pícara. U otro que expresa ¡el ruido de un frigorífico!

Con A. R. T. en la Feria del Libro de Sevilla, mayo del 2009

Y es que es ahí donde se ve al verdadero poeta: el que convierte en poesía lo menos poético que existe de nuestro entorno inmediato, el que es capaz de sintetizar lo que es “El hombre” en cuatro brevísimos versos geniales: “El líquido amniótico // y la laguna Estigia. // Entre dos aguas, / nada”. Rivero Taravillo, ocurrente de continuo: “¿Por qué el escaparate de una funeraria / es siempre un espejo?” (poema “Espejo”), amoroso, como en el tan dulce, doméstico, hermoso “En el cuarto de baño”… Es esta la poesía que a mí me interesa. La que habla de la Vida diaria, lo que nos pasa a todos y lo que podemos ver todos. A medida que pasa el tiempo, cada vez reniego más de los ejercicios estetizantes, de las pedanterías versiculares, de los narcisismos estilísticos. Quiero encontrar poetas que hablen de mí y que me deslumbren con su transparente mirada del hoy ordinario, que conviertan la amalgama de situaciones comunes en belleza, en lenguaje que explique lo que en realidad (en poesía) es “una llave”, un “cambio de agujas”, una “palangana”. Y la poesía que me interesa, en última instancia, remite a lo que significan nuestros recuerdos. “Lo próximo se funde en lo remoto”, dice el último verso de “Nieve en la memoria”, y hay una bellísima escena final, con el sujeto poético visitando Nueva York siendo consciente de que el sacrificio paterno durante años ha tenido postreras generosidades, y entonces surge el poeta, agradecido. Y ahora soy yo el que da las gracias: por este libro y por muchas otras cosas procedentes de A. R. T. que llevaremos siempre en el corazón.