viernes, 15 de noviembre de 2013

Entrevista capotiana a José Mateos

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José Mateos.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Creo que más bien ese lugar me ha elegido a mí. Es la ciudad donde he nacido y donde vivo, Jerez de la Frontera. No es una ciudad prestigiosa, ni literaria, ni especialmente interesante pero es el único lugar en el que me siento seguro y donde me encuentro a cada paso con fantasmas que ya me son familiares.
¿Prefiere los animales a la gente?
Rotundamente no. Y me entristece que alguien alguna vez haya podido plantearse en serio esa pregunta.
¿Es usted cruel?
Puedo serlo a veces con el pretencioso, con el fanático de algo. Y sin mala conciencia, la verdad. Pienso que es una obra de caridad imprescindible.
¿Tiene muchos amigos?
No me quejo. Aunque debo precisar que tengo, sobre todo, amigas. Me siento mucho más cómodo y me divierto más entre mujeres que entre hombres.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Comprensión, alegría, delicadeza, lealtad…
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No.
¿Es usted una persona sincera? 
Trato de serlo en lo importante. En lo demás no me importa fantasear de vez en cuando, para desentumecerme.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Todo mi tiempo es tiempo libre para bien y para mal. Leo, pienso, escribo, paseo por la mañana muy temprano, a solas, mientras escucho música, pinto al aire libre, converso con los amigos hasta las tantas delante de unas copas de vino...
¿Qué le da más miedo?
Lo que me da más miedo es el miedo mismo, que lo desenfoca todo y que a veces puede encarnarse en lo más insignificante. Y me dan miedo la locura, las máquinas, las pérdidas irremediables…
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Soy inmune a los escándalos preconcebidos de la modernidad. Y sin embargo, en cualquier telediario o en cualquier periódico encuentro diariamente motivos para escandalizarme.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Puestos a soñar, me hubiera gustado ser un santo al estilo medieval. Pero como eso es pedir mucho, lo típico: futbolista entre mis 17 y mis 30 años; torero entre mis 30 y mis 45 años y, para terminar, un mendigo alegre y errante, si hubiera sido capaz de sobrevivir a esa vida intensa.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Nado con frecuencia, paseo.
¿Sabe cocinar?
Sí. Y practico todos los días.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Dejaría que lo eligieran ellos. Cualquier vida vista desde otra vida resulta fascinante.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
La palabra amor en cualquier idioma. Es una palabra un poco cascada y a la que se la ha desahuciado muchas veces, pero que guarda dentro lo mejor del hombre.
¿Y la más peligrosa?
La palabra Dios en cualquier idioma. Es una palabra con una facilidad especial para significar lo contrario de lo que quiere significar y, sin embargo, no se puede renunciar a ella sin renunciar a algo esencial nuestro.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Me parece que no.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Creo que no se puede esperar mucho de la política. La convivencia entre los hombres siempre será problemática. Detesto el igualitarismo, que engendra grandes injusticias y aplasta la libertad. Detesto los actuales partidos políticos con su uniformidad, sus campañas y su adulación a las masas. Detesto la idolatría del progreso, del dinero y del trabajo. Detesto la sordera hacia el otro, el ensimismamiento y la prepotencia.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Me conformaría con ser un buen poema. Y si no, un muro blanco calentado por el sol del invierno.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La desesperación y el cansancio de mí mismo.
¿Y sus virtudes?
No lo sé. En el mismo momento en que las escribiera dejarían de ser virtudes para transformase en vicios.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Unos delfines en la playa de Fuentebravía, unas cuantas sonrisas inolvidables, unos cuantos rostros, el faro de Trafalgar saliendo de la niebla, algunos desnudos de mujer, la luz filtrándose entre las hojas de unos álamos, la casa de El Choro en la ribera de Grazalema, el mar...

T. M.