jueves, 14 de noviembre de 2013

La magdalena más influyente



A propósito del 100 aniversario de la publicación de 
Por el camino de Swann

«Únicamente por el arte podemos salir de nosotros mismos, saber lo que otro ve de este universo que no es el mismo que el nuestro, cuyos paisajes habrían continuado siendo para nosotros tan desconocidos como los que puede haber en la luna.» Es un pasaje de «El tiempo recobrado», publicado de forma póstuma, en 1927, que coronaba ese coloso literario llamado «En busca del tiempo perdido». Expresa en él Marcel Proust lo que cada escritor desea proyectar, compartir con el lector: la excepcionalidad de su visión única. Y en ella tiene su sentido máximo la memoria personal, que constituye el epicentro de la narrativa proustiana y cuyo enfoque y profundidad han acabado por influir poderosamente en la literatura posterior.

Aquella primera frase –«Durante mucho tiempo, me acosté temprano»–, que tenía un cierre coherente y certero tres mil páginas después, precedido de tres puntos suspensivos: «... en el tiempo», fue la primera piedra de un monumento que hoy en día siguen visitando innumerables escritores en busca de inspiración. Pues nadie como Proust, a través de sus siete gruesos volúmenes que le ocuparon casi quince años de escritura (de 1909 a 1922), ha teorizado, poetizado, indagado en lo significan para nosotros los recuerdos, y además con largas frases, llenas de subordinadas –que el asmático Proust no podría ni pronunciar sin agotarse–, sin apenas puntos y apartes. Todo un desafío para el lector actual, desacostumbrado a tempos literarios lentos.

La aventura narrativa de Proust, paradójicamente, comenzó con dudas, pues no sabía a dónde iba a llevarle su escritura: al ensayo, al estudio filosófico o a lo narrativo. En 1908 había ya escrito la semilla, un texto abandonado en el que ya surgía la tostada mojada en el té que le lleva, como en sueños, al tiempo de su niñez y que, en la novela, se convertirá en la celebérrima magdalena. Este poder evocador, esta memoria involuntaria, este instinto por encima de la inteligencia, serán los ejes conductores de la serie. Lo que va a cambiar la literatura del siglo XX, como sucederá con Kafka, Joyce, Faulkner o Borges. Imposible dar nombres de los que se embriagaron de Proust y luego destilaron su propia introspección del pasado al compás de la lección del autor francés: cómo los recuerdos nos afectan y acompañan, cómo en la infancia, en sus vivencias y lecturas, se hayan las claves de nuestra vida adulta.

Publicado en La Razón, 13-XI-2013