jueves, 23 de enero de 2014

Entrevista capotiana a Ramon Dachs

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la cara de la vida de Ramon Dachs.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Barcelona. Es el lugar que mejor conozco, donde más he vivido, que más lazos me trenza, donde menos echaría en falta. Una ciudad es un mundo a escala reducida. Se puede vivir sin salir de ella porque el mundo, de algún modo, está en ella. Mucha gente lo hace sin propósito previo. Barcelona es mi microcosmos fractal.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende. Si bien prefiero mi gata a la mayoría de la gente, no tengo prejuicios.
¿Es usted cruel?
Sólo sin querer. O sin poder evitarlo, como reacción con quien me ha ofendido o maltratado previamente. Excepción hecha de ciertos fatuos poderosos. Van dos ejemplos de personajes con quienes me hubiera gustado ejercer cínicas crueldades de palabra, pero no surgió la ocasión idónea: el ex-presidente del Gobierno José María Aznar y el ex-ministro de Cultura César Antonio Molina. Si fueran más jóvenes, añadiría dos más: l’ex-president de la Generalitat Jordi Pujol y el bufonesco magnate Silvio Berlusconi. La fatuidad del poder hiere y provoca.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo bastantes amigos ocasionales, que aparecen y desaparecen amablemente; duraderos, unos pocos. Aunque los últimos son más valiosos, la abundancia de los primeros me ameniza la vida. Amigos amigos, bien pocos (y, en parte, familiares). Conocidos favorables, susceptibles de llegar a más o de desaparecer sin dejar ni rastro, bastantes. Todo se mueve. Meciéndose en la embriaguez vital.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Sobre todo, que perduren. Prefiero que me sorprendan las cualidades a buscarlas.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
En la medida que me decepcionan, dejan de serlo. Otros se disuelven sin más, como un azucarillo; como si quedaran amortizados por su efecto edulcorante. Pero quienes perduran devienen sólidos y majestuosos como árboles centenarios.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, aunque con reservas. A veces miento sin mentir, por omisión. Una de mis mayores flaquezas, que el tiempo va limando, es la presunción de sinceridad en los demás. Tan desmentida y arruinada ha quedado, que sería imprudente perseverar sin ciertas precauciones. Hay muchas honrosas excepciones, con todo.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Libremente. Tiendo al paseo, a la conversación y a la reflexión. Las exposiciones y los viajes son a menudo las excusas ideales para el paseo. Las comidas, la amistad y el amor, para la conversación. La lectura y la escritura, para la palabra vibrante; también el paseo y la conversación. El amor propicia la satisfacción máxima de estar con alguien; de perderse y reencontrarse en otro; de percibir una vida ajena por dentro, en su latido más íntimo; es una cúspide. También la creación es una cúspide; vida en su más alto grado, fruto, plasmación objetivada y compartible. Como estar solo, desocupado, vacante, libre; otra cúspide. Cúspides de plenitud. Y otra más: la risa. Hay que reír y reírse. De casi todo, de uno mismo. Sienta bien.
¿Qué le da más miedo?
La pérdida de facultades. La locura. El dolor físico. Ser presa de las tres cosas. El miedo en sí mismo, terrorífico. La felicidad es poco más que la carencia de miedo; si añadimos la risa, el plácido bienestar que sucede a las risas, se da. En el fondo, el bienestar tiene que ver con el ritmo de la respiración. Somos un gran pulmón.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La falta de escrúpulos. Cualquier abuso. La crueldad con los débiles. A menudo, la desproporción entre lo obtenido y lo destruido o castigado para obtenerlo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Demasiado tarde para averiguarlo. A veces pienso que, como soy emprendedor, tenaz y calculador, se me hubieran dado bien los negocios. Sospecho que, con un esfuerzo equivalente al dedicado a la poesía, ahora sería bastante rico, pero no lo lamento en absoluto. Me considero rico a mi manera; más rico, al fin a y al cabo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Vivir. La vida es un ejercicio físico continuo que cesa sólo con la muerte. Vivirla.
¿Sabe cocinar?
Sé cómo comer y beber bien. Hago lo indispensable para conseguirlo cada día.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Anteayer, a Alberto Giacometti. Ayer, a Billie Holiday. Hoy, a Josep Pla. Hay tantos personajes que alimentan nuestro presente… Son como un calidoscopio.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Permítaseme apuntar dos, el signo “+” (en el único idioma que no requiere traducción: el álgebra) y la palabra “Sí” (en todos los demás).
¿Y la más peligrosa?
También dos: el signo “-“ (ídem) y la palabra “No” (ídem).
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Nunca. Cuando sé de alguien que quiere perjudicarme, me limito a desear un efecto bumerán para todo cuanto haga contra mí, o a ponerlo en evidencia públicamente, o a la suma de ambas cosas. Con resultados sorprendentes.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Un individualismo autogestionario y solidario. Una ciudadanía responsable.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Arquitecto. Se trata de la única profesión por la que siento envidia. A veces pienso que mi literatura tiene mucho de arquitectura, de concepción estructural y espacial. Sospecho que, como entes corpóreos, tendemos a apriorizar el espacio.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La literatura y el amor. Sus hondos claroscuros. Los únicos que me pierden, creo.
¿Y sus virtudes?
La literatura y el amor. Me salvan, día a día, de la banalidad y el tedio. Me avivan.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Quizá las narradas por Ambrose Bierce en An Occurrence at Owl Creek Bridge.
T. M.