miércoles, 22 de enero de 2014

Odio los libros

Librería en Nueva York

Me han robado el Tiempo, me han arrinconado, con la mirada baja, sin ver el mundo, sin ver caer la no lluvia, negándome la contemplación. Me han seguido en insufribles cajas en las tediosas mudanzas, multiplicando su peso, me han engañado diciéndome que en ellos encontraría compañía, consuelo, sabiduría, conciencia del mundo. Su inutilidad me ha hecho más inútil de lo que ya soy. Los he regalado, muchas veces, porque levantaban muros a mi alrededor, y harto de ellos, he hecho donaciones masivas a bibliotecas-cementerios, o los he tirado desde la ventana para que el barbero y el cura se encargaran de quemarlos. Pero todavía unos pocos cientos o miles siguen ahí, mirándome desde los estantes, malditos y amenazadores, y consiguen convencerme de que no tendré tiempo de leer aquellos que guardo con celo, que más amo y necesito para mi tarea de ¿escritor?, y mi única esperanza es la del personaje de la maravillosa, emocionante, sublime Una cuestión de tiempo, el padre poseedor de un don familiar gracias al cual podía viajar a lo largo de su vida pasada, detenerse en ella, y aprovechar para hacer lo que más le gustaba: releer todo Dickens una y otra vez.