domingo, 24 de agosto de 2014

Oscar Wilde elegido por su esposa

El año 1895, el que más adelante lo verá en la cárcel, condenado a trabajos forzados, empezó bien para Oscar Wilde: el día 3 de enero se estrenaba en el londinense Haymarket Theatre “Un marido ideal”; en las siguientes semanas, visitará Argel junto a su amante, y a mediados de febrero el Teatro St Jame’s llevará al escenario “La importancia de llamarse Ernesto”. El Wilde más ingenioso y exquisito, el que se mostraba como todo un dandi y deslumbraba con su conversación elegante y corrosiva, disfruta durante ese tiempo de un éxito inmenso. Inmenso y breve. Ya ha publicado un volumen de ensayos de estética, dos libros de cuentos y su novela, «El retrato de Dorian Gray», y lleva sin pudor una doble vida: la del hombre casado con hijos y de reputación artística, y la del juerguista de prostíbulos homosexuales que acaba teniendo un amante duradero, el joven, rico y caprichoso Lord Alfred Douglas.

En la cresta de la ola en la que Wilde se exhibe ufano, despertando tanto los recelos hipócritas de la sociedad victoriana como la admiración de los que aman el arte por el arte y, como él, son contrarios a la estética del realismo –«este vicio moderno», decía–, en ese enero de 1895 ve la luz algo que pasará inadvertido y que aún permanecía inédito en español pese a ser una auténtica joya. Se trata de los cincuenta ejemplares de una edición no destinada a la venta que, con el título de “Oscariana”, había preparado la sufriente esposa del escritor irlandés, Constance; la tirada permanecería guardada en un almacén al estallar el caso de la acusación por sodomía a Wilde y al final el libro se publicaría en 1910, doce años más tarde de la muerte de Constance y diez de la de su marido.

“Oscariana” reúne los dos brevísimos conjuntos de aforismos que Wilde publicó en sendas revistas de Londres en 1894: “Frases y filosofías para uso de los jóvenes” y “Algunas máximas para la enseñanza de los individuos educados en exceso”, más 362 pensamientos entresacados de las narraciones y obras teatrales del autor de “El príncipe feliz”, con traducción de Carmen Francí. Por supuesto, no es la primera vez que tenemos al alcance los paradojales aforismos de Wilde, pero el lector se sentirá de acuerdo con Luis Antonio de Villena, que afirma en un excelente prólogo que estamos ante “el mejor Wilde, el dandi rebelde”, el mismo que había concebido en su única novela y en sus comedias “frases brillantes y contradictorias de donde surge una verdad más honda que la que se tiene por verdad social, por eso Wilde es hondo sin dejar de parecer impertinente, provocador”.

Los ejemplos de tal brillantez, huelga decirlo, están por doquier allá donde abramos esta “Oscariana” tan concisa como contundente, mordaz, traviesa. Wilde observa, tuerce lo más tópico y factible y nos da lo contrario a lo convencional, y no hay más remedio que darle la razón. Nadie ni nada se escapan a su desenfadada ironía. Ni las féminas –“Mientras una mujer pueda parecer diez años más joven que su propia hija, estará del todo satisfecha”– ni el género masculino –“Un hombre que no piensa por sí mismo es un hombre que no piensa en absoluto”–, ni los jóvenes ni los ancianos, ni lo sabios ni lo ignorantes. Todo lo que es humano –la amistad y el egoísmo, el matrimonio y la infidelidad…–, humano en sociedad, se respira en palabras ya conocidas y que uno no se cansa de escuchar: “Experiencia es el nombre que todo el mundo da a sus errores”, “Las tragedias ajenas siempre tienen algo de infinitamente mediocre” o “Las mujeres están para amarlas, no para comprenderlas”, etc.

1895: el “annus horribilis” para Wilde, pero también para Constance que, desde la primavera anterior, desesperada por ver cómo su marido seguía flirteando con el que llamaba Bosie, y viendo que la economía familiar estaba por los suelos, tuvo la idea de proponer un conjunto de aforismos de Wilde al editor Arthur Humphreys, del que Constance, que llevaba ocho años sin tener relaciones sexuales, “se enamoró locamente”, como explica su biógrafa Franny Moyle. Wilde se enteraría de esta relación e incluso llegaría a esbozar una obra titulada “Constance” sobre relaciones extramatrimoniales. He aquí la intrahistoria de “Oscariana”: Wilde escribiendo sobre su vida doméstica, según Moyle sintiendo celos de Humphreys, como se percibe de las cartas, “escuetas y frías”, que le escribió tras recibir las galeradas. El dublinés consideró el libro “tan malo y tan decepcionante” que quería modificar muchas cosas, pero para nosotros no podrá ser mejor, una lección de inteligencia y originalidad imperecedera.

Publicado en La Razón, 21-VIII-2014