miércoles, 24 de septiembre de 2014

Entrevista capotiana a Pablo Luque Pinilla

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Pablo Luque Pinilla.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Madrid.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero a la gente.
¿Es usted cruel?
Creo que no. Si acaso, un poco conmigo mismo, por aquello de la autoexigencia, aunque cada vez menos.
¿Tiene muchos amigos?
Trato a mucha gente, pero solo consigo ver como amigos a unos pocos. Con todo, no me gusta ponerme medidas en este sentido; la amistad se custodia y se busca mejor desde la apertura.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Supongo que conoce el poema de Julio Martínez Mesanza, “De amicitia”…
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No mucho. No intento pedirles lo que no pueden darme.
¿Es usted una persona sincera? 
Lo intento siempre. La sinceridad es para mí muy importante, aunque no hay que confundir la sinceridad con el sincericidio. La clave para mí es no mentir; si acaso, aprender a callar; y no hacerse trampas en el solitario.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Mi tiempo libre se reparte entre la familia, la literatura, los amigos, la cultura en general (cine, expos., etc.), la naturaleza y el deporte (activo y pasivo).
¿Qué le da más miedo?
El acomodamiento. Desde la vigilancia se puede con casi todo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
No quiero resultar pedante, pero me acojo al verso de Terencio: Homo sum, humani nihil a me alienum puto ("Hombre soy; nada humano me es ajeno").
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Seguramente dedicarme a la naturaleza y a los animales.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Los deportes que me gustan me lesionan. Así que me resigno a correr para no echarme a perder y a jugar algún partidillo de fútbol para alimentar la nostalgia.
¿Sabe cocinar?
Los niños saben que cuando su madre trabaja de turno de tarde en casa se come pasta rellena, fritos, arroz, sopa, arroz, fritos, pasta rellena… y que los fines de semana que su madre trabaja las franquicias funcionan fenomenal.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Buf… Una larga nómina. Poetas como San Juan de la Cruz, Claudio Rodríguez (en su primera juventud) o Denise Levertov, por decir algunos… Y de ficción, a Witt (el soldado de La delgada Línea Roja, en diálogo con su alter ego, el Sargento Welsh), a Batman, e incluso a Birdy (de la película de Alan Parker basada en la novela de William Wharton).
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
En castellano son tres: Falta de amor.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Por ahora no.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
La política busca comprender la realidad para organizar la convivencia. Soy partidario de aprender de lo que ya funciona y de cambiar lo que no.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
En términos zootécnicos (por algún lado tiene que salir el agrónomo que llevo dentro), elegiría mi genotipo y cambiaría el ambiente, para ver qué pasa con el fenotipo.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Me los he ido quitando todos, excepto el del café. Aunque si se refiere a los defectos podríamos buscarlos en el reverso de las virtudes —o a la inversa—, a las que sí se refiere explícitamente en otra pregunta.
¿Y sus virtudes?
El análisis, la ensoñación y la constancia.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
¿Cómo se sale de esto? Necesito seguir viéndolos…

T. M.