lunes, 6 de abril de 2015

Entrevista capotiana a Luisgé Martín

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la «entrevista capotiana» con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Luisgé Martín.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una ciudad bulliciosa y moderna. De todas las limitaciones que tiene permanecer recluido en un solo lugar, ése es el que me parece más babilónico y tolerable. Nueva York, Shanghái. Las dos con mar o con agua que lo puede evocar.
¿Prefiere los animales a la gente?
En absoluto, nunca. Nunca he tenido mascotas, no tengo una relación cómoda con los animales. En realidad, tampoco la tengo con la gente, pero si hay que elegir soy más humano.
¿Es usted cruel?
No sé si lo soy, pero puedo llegar a serlo y lo he sido. Tal vez tengo una cierta propensión a la riña, y en el trance de la disputa —ocasional o permanente— soy capaz de recurrir a cualquier arma. A veces me avergüenzo de ello, pero otras veces creo que la crueldad es un gran equilibrador de la naturaleza social.
¿Tiene muchos amigos?
Sí, creo que es lo único en lo que he sido afortunado —o laborioso— sin discusión posible. Tengo amigos de todas las capas geológicas de mi vida, desde la infancia hasta los tiempos más recientes.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No sé si busco cualidades. No es una selección de personal, sino una reacción química espontánea. Más bien podría meditar acerca de qué cualidades comparten, pero seguramente no llegaríamos a determinar ningún perfil determinado. Tengo amigos tontos y listos, guapos y feos, aburridos y atronadores, deslumbrantes y mediocres. Sólo la lealtad permanece, quizá. Es lo único imprescindible. Los desleales siempre acaban solos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Suelo decepcionarme yo mismo, de modo que también me decepcionan los demás en algún momento. Incluso mis amigos. Podríamos hacer literatura de la grandeza humana y un manual de autoayuda diciendo que un amigo nunca decepciona, pero sería sólo un brindis al sol nublado. La vida es una decepción continua.
¿Es usted una persona sincera? 
Líbreme dios de ello. La sinceridad sólo es tolerable en los niños y en los imbéciles. Sí creo, sin embargo, que con la gente a la que uno quiere y con la gente a la que uno desea acompañar o beneficiar no se puede ser insincero. Cómo no ser insincero sin ser necesariamente sincero es una de las habilidades que más sabiduría exigen y que más provechos deparan.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
¿Qué es el tiempo libre? ¿Lo que queda al restar la dedicación laboral, la comida y el sueño? En ese caso, prefiero ocuparlo leyendo y escribiendo. Pero para mí eso forma parte también de mi tiempo no libre, de mis deberes para conmigo mismo. Lo que más me gusta hacer con mi tiempo libre —y creo que eso lo define— es perderlo. Dormir, vagabundear, ensoñar, revolver en los recuerdos.
¿Qué le da más miedo?
Yo creo que el único miedo verdadero es el miedo a la muerte. El resto de los miedos son subsidiarios de ése, hijos suyos.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
En estos tiempos me escandalizo cada vez más. La hipocresía y el cinismo me escandalizan mucho. Me vuelven más colérico de lo que soy, me llevan a las barricadas.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Me habría dedicado al sexo. De manera intensa y sin limitaciones. De manera creativa.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Caminar. Nada más. Y no disciplinadamente.
¿Sabe cocinar?
No demasiado, pero no tengo mala mano y me divierte hacerlo ocasionalmente. Es verdad que soy bastante señorito y prefiero tener un pinche que haga las tareas menudas.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Voy a ser vulgar, pero con justicia: Nelson Mandela. Creo que reúne todo lo que debe reunir un personaje para ser protagonista de cualquier recuerdo y de cualquier búsqueda. Y creo además que es imposible agotarlo en mil artículos que se escriban sobre él. Para el Reader’s Digest yo elegiría siempre a un hombre bueno. A un hombre indudablemente bueno.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Elegir una sola palabra es siempre un gesto extravagante. Podrían ser cientos. Juventud, horizonte, ensoñación… Pero sin duda la que más esperanza invoca es la palabra “inmortalidad”. La palabra menos experimental de la lengua castellana, y de cualquier lengua. 
¿Y la más peligrosa?
Libertad, sin duda. Es la palabra que más se ha usado a lo largo de la historia para cometer atrocidades. Es, por ejemplo, la palabra que más utiliza Esperanza Aguirre para hacer lo contrario de lo que la frase en la que la incluye —sea cual sea— enuncia.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Continuamente. Esta semana llevo ya dos, y aún es lunes.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
En este momento, alborotadoras, pendencieras. Creo que hay que sacudir el árbol para que se desprenda la fruta podrida. O, mejor dicho, talar el bosque y reforestarlo entero de nuevo. Porque el problema no es de la clase política, el problema son las ramas de las que cuelga esa clase política y las raíces desde las que crecen los árboles. Es decir, todos. Nos vendría bien una dramatización colectiva de la escena bíblica de la adúltera: el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Pero dicho esto, sigo creyendo en la libertad, la igualdad y la fraternidad. Y sigo creyendo que en efecto hay una inconmensurable superioridad moral en la izquierda.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Diletante zen. Alguien entregado a su ocio, a los libros, a los bailes, a las mundanidades, pero con calma de espíritu. O, en el polo opuesto, estrella de rock.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Tengo todos los pecados capitales, en distintos grados de activación según la época. La pereza, la lujuria y la ira son seguramente los tres más estables.
¿Y sus virtudes?
La lealtad y la desmemoria, que, en la naturaleza humana, es a mi modo de ver una gran virtud.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
No creo en el esquema clásico. No vendrá una larga película de mi vida. No habrá grandeza ni dignidad. No recordaré los momentos memorables y los hechos gloriosos o significativos. Sólo pensaré en la muerte, en la impasible muerte, y como el protagonista de mi última novela, La vida equivocada, estaré convencido que ni siquiera una eternidad de gloria celestial compensa ese trance humano de morir, los instantes de angustia que se padecen ya inaplazablemente.

T. M.