jueves, 18 de junio de 2015

Entrevista capotiana a A. Gómez-Cunningham

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Antonio Gómez-Cunningham.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Con el planeta Tierra me basto. Aunque si me pide que concrete, le diría que mi casa. Sobreentiendo que el hecho de que yo no pueda salir no implica que nadie pueda entrar, ¿verdad? En caso contrario, el lugar elegido sería mi conciencia. Los escritores somos ególatras y narcisistas… ¿Qué mejor sitio para estar eternamente que aquel en que reverbera nuestra propia voz? Y, si me lo permite, entre el rincón de la memoria y el de la imaginación, me quedo con el segundo. En el primero hay que limpiar constantemente, y da pereza.
¿Prefiere los animales a la gente?
Es tentador contestar que “según para qué”; pero en términos generales diría que no. Prefiero un abrazo a un ladeo de cola. Los animales pueden llegar a ser un buen complemento a las relaciones personales, pero nunca un sustituto. Siento lástima por los que afirmen con convicción que un animal pueda ser su mejor amigo (y diciendo esto, es posible que yo acabe de perder alguno).
¿Es usted cruel?
Por supuesto que sí. Y además, pertenezco a una peculiar estirpe de seres crueles: aquellos que, por reconocerlo, se sienten menos crueles que quienes no lo hacen. Sospechar que esto es connatural a la naturaleza humana no me hace ser condescendiente con la crueldad, ni abandonarme a la cómoda posición de asumirla sin presentar batalla. Además, no concibo la crueldad solo como la actitud agente de hacer mal a los otros, sino también como la posición paciente de congratularse en ver de qué males ajenos uno se libra. Y en contra de esto que digo, ¿quién se atrevería a tirar la primera piedra?
¿Tiene muchos amigos?
Sí. Y además,  de los buenos; es decir, de aquellos que uno no cree haber hecho nada para merecerlos. Y sin embargo, ahí están. Si pudiera concretar con facilidad a qué se debe mi amistad con determinadas personas, quizá con la misma facilidad podría perderlas: bastaría con que dejasen de cumplirse los motivos o razones antes aducidos. En la vaga inconsistencia de causas y finalidad, reside su grandeza.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No creo que uno busque cualidades a priori, sino que posiblemente encuentre coincidencias a posteriori. Jamás me he planteado una suma o enumeración de atributos inexcusables para que alguien entrase a formar parte de mi círculo. Pero sí es cierto que, reflexionando sobre la gente que me rodea, puedo trazar un itinerario de concurrencias: buen sentido del humor, aprecio por la charla y la discusión, divertimentos comunes que nos retrotraen a la infancia, honradez… Y, muy especialmente, un afín sentido de la amistad: tengo tan buenos amigos, porque todos coincidimos en lo importante que es tener buenos amigos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Nadie es infalible, pero debo responder que no. Sospecho que la mayor parte de las veces, los fallos de los amigos están relacionados con nuestro inevitable afán de transformar y malear a cuantos nos rodean, y la natural resistencia que oponen. Uno (equivocadamente) puede perder amigos si no consigue hacer de ellos lo que pretendía. Pero, una vez vencida o agotada esa fase de querer ejercer nuestra voluntad de poder, surgen amigos que rara vez decepcionan. En el peor de los casos, alguno podría demostrar que, transcurrido un tiempo, jamás mereció ostentar ese rango. Debe de ser una situación realmente triste, y nunca la he vivido.
¿Es usted una persona sincera? 
Si digo que no, estaría dando pábulo a la paradoja del mentiroso.
Esta es, posiblemente, una de las preguntas que más injustamente pueda responder alguien en referencia a sí mismo. Desde luego, si no soy sincero, debo engañar muy bien, porque hasta yo me lo creo.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Abarcando el universo, que para mí consiste en: estar con mi pareja y con mi hija, con mi familia, con mis amigos, leer, escribir, escuchar música, componerla, ver cine y hacer deporte. También me gustan los juegos de mesa y los videojuegos. En mi tiempo libre suelo estar muy ocupado.
¿Qué le da más miedo?
Sin duda, la muerte. Soy tanatofóbico. El resto de temores (que los tengo) están a mucha distancia de éste.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El imperio de estupidez al que estamos sometidos. En muy diversos ámbitos observo que los cargos directivos y decisorios suelen estar tomados por personas con un alarmante nivel de incompetencia. Es un escándalo que, por cotidiano, nos pasa inadvertido (o acaso hemos aprendido a convivir con ello). Creo que fue Asimov quien dijo algo así como: “pobre época aquella en la que haya que luchar por las causas evidentes”. En nuestra época, para colmo, hay que luchar para demostrar que ciertas causas son evidentes. Escandaloso.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Profesionalmente, lo mismo que sigo haciendo aun siendo escritor; es decir, dedicarme a la docencia, pues soy profesor. La creatividad es la mejor forma de robarle tiempo a la muerte, por eso no concibo una vida (la mía) sin ningún interés artístico. Qué le vamos a hacer; los que tenemos estas manías y obsesiones somos así: queremos reproducir o imitar todo aquello que, hecho por otros, nos deleita. Constantemente nos asalta la decepción de no haber sido nosotros quienes tuviéramos la magnífica idea o el gran acierto de acometer cierta obra. Sí, el creativo es muy envidioso.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí. Entreno periódicamente en un gimnasio, y procuro llevar una vida sana.
¿Sabe cocinar?
De manera funcional, sin alardes. No tengo paciencia para hacer platos laboriosos. Sobrevivo.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
No soy mitómano, lo que no significa que no admire a mis grandes referentes culturales. Si tuviera que dedicarme a hacer semblanzas, optaría por personajes extraños, o perdidos en la historia, o arrinconados por la memoria, o malinterpretados. Heráclito, Campanella, Francisco Giner de los Ríos…
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Mañana.
¿Y la más peligrosa?
Culpa.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Pero sí podría pensar en personas que hubiese preferido que no hubieran nacido.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
No me gusta hablar de tendencias ni de ideologías. Encorsetan al individuo; le ponen un techo y un suelo, y lo obligan a no salirse de esos márgenes. Manifestar una tendencia equivale a señalarse como ortodoxo de una bandería o facción, y por mi formación (o deformación) humanística, no me siento cómodo perteneciendo a la doxa estándar o generalizada de una corriente. Quisiera decir que me debo a la razón; y ésta, unas veces se viste de izquierda, y otras… de centro izquierda; pero no mucho más lejos. Quiero que quede claro que hablo de una izquierda teórica, porque la puesta en práctica socialista de este país necesita una revisión urgente.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Algo con la facultad de transformarse en lo que soy ahora, añadiéndole todo lo bueno que alguna vez pude tener y perdí, y sazonándolo con aquello bueno que no tengo y pudiera alcanzar. Parafraseando a Píndaro, me conformaría con llegar a ser  el que soy. No es poca cosa.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Aquellos que me apartan de los míos y, aun así, me aportan una indecible satisfacción: leer a solas, escribir encerrado en mi biblioteca, escuchar música a un volumen muy alto…
¿Y sus virtudes?
La coherencia. Y que tengo una capacidad ilimitada de esfuerzo para hacer lo que considero que es bueno y está bien, para los míos y para mí.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Probablemente pensaría en alguna manera literaria de anotar el suceso en mi libreta, para trasladarlo luego a alguno de mis proyectos. Pero después, cuando el aire faltara de verdad, y si es cierto eso de que tu vida discurre ante los ojos justo antes de morir, desfilaría por mi cabeza una entretenida película tragicómica. Somos afortunados aquellos que vemos compensadas alegrías y tristezas. Proclamo, así, mi nietzscheano amor fati.
T. M.