lunes, 9 de mayo de 2016

La magistral obra narrativa de Ignacio del Valle


No puedo contener el entusiasmo ante la lectura de las novelas del asturiano Ignacio del Valle. Han pasado bastantes días desde que terminara El arte de matar dragones, y ya estoy saboreando la continuación que protagoniza su ¿héroe, antihéroe? Arturo Andrade, titulada El tiempo de los emperadores extraños. En aquella, una historia centrada en la España franquista, ofrecía todo un cúmulo de virtudes creativas, estilísticas y argumentales que hacen, sin duda alguna, de Del Valle –que por cierto ya contestó a la habitual entrevista capotiana de este blog– uno de los grandes, grandes, grandes narradores españoles. Me resisto a etiquetar sus obras dentro de “novela negra”, son simplemente extraordinarios artefactos literarios, magistralmente escritos, y desarrollos en su trama con una perfección, una elegancia y una habilidad impropias –¿o sí, justamente por eso?– de alguien tan joven (El arte de matar dragones es del año 2004; el autor nació en 1971).

La profundidad psicológica de sus personajes, su capacidad para la descripción, su audacia en los diálogos y en todo lo que tiene que ver con la estructura de su obra es algo simplemente maravilloso. Y además logrando lo mejor: entretener con una trama jugosa, rotunda, y haciéndolo con lo que me parece lo más atractivo de sus textos, esto es, la calidad de su prosa, excelsa. Abran cualquier página de Ignacio del Valle, en todas se encontrará una metáfora sorprendente, un símil admirable, una forma de presentar escenas de personajes o situaciones conflictivas con tan honda técnica narrativa como riqueza visual, como si nuestra mente rodara la novela y la hiciera película. El sorprendente final de El arte de matar dragones, que gira en torno al robo y recuperación de una pintura y que nos mete en las calles del Madrid que está dejando atrás la guerra, es prodigioso, y constata la sensación de que la novela carece por completo de la fisura más pequeña. 

Tal vez que encasillen al autor dentro de novela de género detectivesco es injusto por cuanto lo coloca en cierto horizonte de expectativas de cierto tipo de lector; es, como decía, un creador de novelas sobresalientes sin más, de lo mejor que uno puede conocer en la actualidad, cuando tantísimas editoriales –como la que le publica a él mismo– siguen y siguen ofreciendo hasta la saciedad textos anodinos, que adolecen de la más mínima autoexigencia artística, en muchas ocasiones de esos escritores veteranos que hace mucho tiempo no tienen nada que decir y que deberían aprender cómo se escribe, por ejemplo, leyendo El arte de matar dragones, El tiempo de los emperadores extraños o la que me espera cuando cierre esta, Soles negros, la tercera entrega de las duras peripecias de Arturo Andrade que acaba de publicarse y se está presentando estos días en diferentes lugares de España.