jueves, 18 de agosto de 2016

Entrevista capotiana a Alfredo J. Ramos

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Alfredo J. Ramos.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
El sueño de la persona que amo. Si me ama. (No creo que la eternidad sea posible más allá del sueño).
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Pero tampoco al revés. Ni viceversa.
¿Es usted cruel?
Creo que no. Pero es una pregunta que deberían contestar los demás.
¿Tiene muchos amigos?
Menos de los que me gustaría. Más, seguramente, de los que podría considerar como tales (!). Facebook (que no frecuento pero, como todos, sufro) ha degradado la palabra «amigo». Quizás de forma irreversible.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que sean divertidos y leales. Y que me quieran.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
¿Y a quién no? ¡Y quién no…!
¿Es usted una persona sincera? 
«¿Quién puede ser sincero y creerse sincero todavía?», es un verso de José Alberto Santiago que leí siendo casi un niño y no he olvidado. Creencias aparte, sí, soy sincero (y sinuno, sindos…).
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Disfrutando. De muchas cosas. La mayoría convencionales. Algunas verdaderamente curiosas.
¿Qué le da más miedo?
El dolor. El propio y el de la gente que me importa.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La inteligencia de los malvados. Debería ser algo imposible, pero me temo que no es así. En la inteligencia cabe el mal consciente. Es terrible.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Profesionalmente, me hubiera encantado dedicarme a la investigación física.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Caminar. A veces, yoga. Esporádicamente, sexo acrobático.
¿Sabe cocinar?
Me defiendo.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
¿Pero todavía existe el Digest? Tratándose de ese medio, y sin que sirva de precedente, creo que lo haría sobre mí mismo. Como una forma personal de luchar contra el olvido que inevitablemente seré.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Volvoreta (o bolboreta, como creo que debe escribirse en gallego). Era como llamaba de pequeña a mi madre su padre (o sea, mi  abuelo).
¿Y la más peligrosa?
Creo que no hay palabras realmente peligrosas. Aunque pueda que esté equivocado. Así, de pronto, se me ocurren dos: «Firme aquí».
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí. Al menos una vez. Y faltó poco…
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy un ácrata convencido de que la cosa política no tiene arreglo. Y, peor aún, de que quizás no haya nada que arreglar. (No sé si mi respuesta estará influenciada porque ayer mismo regresé al caserón de Viridiana, la película de Buñuel, y en algún momento sentí una fuerte desazón frente a lo confusos que pueden ser los caminos de la justicia social entreverados con los de la misericordia).
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
A veces he fantaseado con my life as a dog. Sin duda, por empatía con Pancho, mi perro.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La inconstancia. La indecisión. La duda paralizante. Tal vez todas ellas máscaras de la pereza.
¿Y sus virtudes?
Lo llamaría entusiasmo, pero habría que matizar. E incluso discutirlo con algunos personajes pessoanos.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Como ya me ha ocurrido (aunque finalmente, sin peligro grave), puedo contestar con conocimiento de causa: son imágenes que tienen que ver con de qué modo puedo salvarme y la estupefacción que sentirán, si no lo logro, quienes me esperan. Ambas impresiones concretadas en un revuelo de fotogramas en el que se mezclan la línea de la costa (o la ribera del río) y la mesa ya puesta para comer. Lo de «dentro del esquema clásico» no acabo de entenderlo: ignoraba que hubiera un canon al respecto. Tal vez se refiera al tópico de que toda tu vida pasa ante ti en una ráfaga…
T. M.