domingo, 18 de septiembre de 2016

Visitando el “Café Society” de Woody Allen


Estoy seguro de que los interesados en la filmografía de Woody Allen calificarán esta película de menor dentro de su trayectoria, y lo es, como Magia a la luz de la luna, por citar una reciente también de época (a ella le dediqué un artículo en la revista Versión Original). Lo es, en efecto, pero a la vez es uno de esos filmes que “mejoran” después de que ya has abandonado la sala, hayan pasado unos días, se haya tenido tiempo de que el formidable encanto que destila, por su maravillosa ambientación, por la ternura y humanidad de los personajes, se vaya posando en el recuerdo.

Creo, sentado ante la gran pantalla, que la voz en off sobra, como si fuera redundante frente a lo que estamos viendo, de la misma manera que está forzada la escena de la prostituta que acude al hotel del protagonista cuando este acaba de instalarse en Hollywood; es un diálogo ingenioso que no tiene en apariencia relación con el resto de la cinta, pero que a la vez es un buen recurso para explicar la crueldad de la ciudad, qué tiene que hacer la gente para ganarse un espacio mientras persigue su sueño. Queda muy manido todo lo relativo al pariente gánster, las referencias a la familia judía, es típico el tópico de chico de Nueva York que prueba fortuna en Los Ángeles, pero todo se disipa ante las magníficas interpretaciones, contenidas, de Jesse Eisenberg, que hace de sobrino de Steve Carrell, que interpreta a un agente y productor acaudalado de Hollywood, y hasta de la joven que es objeto de enamoramiento doble, encarnada por Kristen Stewart.

Como siempre en Allen, cada una de sus películas nos transmite una idea principal evidente, un mensaje claro, como si al director se le ocurriera una idea general de algo de la vida cotidiana y después quisiera buscar una trama para ejemplificarlo, pero Café Society carece de ello, o tal vez simplemente es una historia que refleja cómo uno puede equivocarse, o el destino puede equivocarse con uno, y darte una buena vida pero sin la persona que habrías creído idónea para ti. Y es entonces cuando esta sensación de amor imposible, de oportunidad perdida, queda congelada en el último momento, con un final perfecto, suave y sencillo y melancólico.