martes, 31 de octubre de 2017

Entrevista capotiana a Sergi Bellver

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Sergi Bellver.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Si puedo hacer un poco de trampa, diré que este planeta, que es una casa bien grande y hermosa, aunque muchos insistan en llenarla de ruido y de mugre. Me llevo bien con la soledad y a menudo me encierro a trabajar retirado de casi todo, pero tarde o temprano necesito viajar. Es mi naturaleza, como la fábula del escorpión y la rana, lo inevitable en mí es ser nómada, aunque me ahogue en el río.
¿Prefiere los animales a la gente?
No tanto. Prefiero a ciertas personas, casi de una en una, que a la gente en grupo y como especie en general. Aunque no soy ni seré vegano, prefiero también a las personas que son atentas y compasivas con los animales que a la gente que sólo los considera como cosas. Y, la verdad, prefiero un buen perro que a demasiada gente horrible.
¿Es usted cruel?
Podría serlo bastante si me lo propusiera. De hecho, creo que la crueldad es una elección. Por eso elijo siempre no serlo, ni siquiera con quien a veces parece pedirlo a gritos.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo muchos conocidos, bastantes colegas y camaradas, varios amigos y unos pocos hermanos que me ha regalado la vida.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Como en el amor, deberíamos pensar más en querer al otro tal y como viene que en buscar un molde en el que encajarlo. Y, también como en el amor, la amistad crece en la admiración, prospera en la empatía y agradece el sentido del humor. De mis hermanos elegidos o encontrados aprecio sobre todo la nobleza y la lealtad. Y lo que aprendo y me divierto con ellos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Por supuesto. Los demás están, entre otras cosas, para decepcionarnos y enseñarnos que es problema nuestro si esperamos demasiado de ellos, en vez de aceptarles tal y como son. No hay que llevar las cuentas de favores, agravios y olvidos, sino pensar en qué podemos hacer nosotros por los demás. Yo también les decepciono bastante, aunque menos, pero sólo porque mis amigos suelen ser más listos que yo y hace tiempo que saben de sobra lo desastre que soy, así que no esperan gran cosa.
¿Es usted una persona sincera?
Lo fui demasiado, pero con los años he aprendido a no pasarme de rosca con los arrebatos de sinceridad. Me basta con no mentir y prefiero ser una persona honesta en quien se pueda confiar, pero sin darle ya la brasa a los demás.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
De un tiempo a esta parte, la única forma de ocupar mi tiempo libre sería invadiéndolo, como a Polonia, porque me paso el día embarcado en mil proyectos y tareas. Soy, sin embargo, un esclavo feliz de mis pasiones: viajar, leer y escribir. De vez en cuando me aflojo las cadenas y salgo a pasear, hago la cabra por el monte, juego al baloncesto aunque sea contra mi Doppelgänger, trasteo con los amigos cuando les tengo cerca, le muerdo el cuello a alguna pobre campesina de Transilvania cuando se deja y, bueno, dibujo mapas, un vicio tonto que tengo.
 ¿Qué le da más miedo?
En lo personal, el sufrimiento de mis seres queridos. En lo general, la maldad consciente y el fanatismo. El descenso a tumba abierta y sin frenos de toda esa gente incapaz de ver el desastre ante sus narices o, peor aún, dispuesta a arrastrar a los demás en su delirio. Hablo de política o de religión, de ecología o de derechos humanos. Tanto monta.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El cinismo atroz de nuestro tiempo y todas las demás formas de hipocresía. Por muy consciente que sea de ellas jamás consigo acostumbrarme. Los paletos satisfechos de su ignorancia también me ponen enfermo, porque se acaban convirtiendo en carne de cañón para los fanáticos de la pregunta anterior.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No me imagino a mí mismo sin andar con algo creativo entre manos, y todos los trabajos que se me ocurren en una hipotética vida paralela tendrían algo de creativo. Con el talento suficiente, me habría dedicado sin duda a la música, lo más bello que dejará nuestra especie cuando desaparezca. O a la pintura. Pero no hubo manera. Sin embargo, admiro cada vez más los oficios que tienen que ver con las manos, la tierra y los materiales vivos: hay algo cierto y casi sagrado en hacer vino, pan, aceite, aperos, muebles o zapatos. Me sentiría muy digno ganándome la vida con cualquiera de esos trabajos.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Caminar no parece gran cosa, pero es que yo podría ir literalmente al fin del mundo caminando y una vez allí, como Forrest Gump, aún daría la vuelta para repetir.
¿Sabe cocinar?
Si me comparo con alguien profesional o con todas esas santas madres y abuelas que llenan nuestros recuerdos de aromas, texturas y sabores, no tengo ni idea de cocinar. Pero le pongo amor a los fogones, suelo atinar con el socarrat de la paella y tengo un humilde repertorio gastronómico con el que complacer de vez en cuando a mis amigos. Que para eso sirve realmente cocinar, para compartir la buena vida con los demás. Lo de comer es una recompensa añadida.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A cualquiera de los escritores y artistas que admiro de veras, como Chéjov o Dostoievski, sobre quienes ya he publicado trabajos, o a Camus, Beethoven, Van Gogh, Tarkovski y muchos más. De hecho, no descarto escribir algún día un libro entero sobre ellos.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
El verbo «nacer», salvo si naces mujer entre talibanes, claro.
¿Y la más peligrosa?
El sustantivo «poder», a no ser que recaiga en una persona justa y sensata. Lo malo es que las personas justas y sensatas no suelen desearlo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí, he sentido ese instinto cavernario un par de veces, pero como en el tema de la crueldad, creo en la posibilidad de elegir siempre la civilización a la barbarie, tanto en lo colectivo como dentro de cada uno de nosotros.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Durante la mayor parte de mi vida fui socialdemócrata, pero hoy me acuerdo de aquellas ideas con una mezcla de lástima y ternura, como riéndome un poco de aquel chaval que creía en los Reyes Magos. A día de hoy me conformo con saberme humanista y librepensador, con perdón por la cursilada, y si es que esas palabras siguen significando algo para alguien.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Buena persona de verdad, y no este amasijo de luces y sombras. Músico y director de cine. Alto, fornido y con los huevos cuadrados, como Leónidas o Aquiles. Conde austrohúngaro decimonónico o magnate ruso del gas, para dedicarme a la filantropía y el mecenazgo de las Artes y las Ciencias. Y, por encima de todas las cosas, me hubiera gustado ser uno de los mejores jugadores de la historia de la NBA. Pero si no puede ser, pues buena persona ya me estaría bien.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Aparte de dibujar mapas, del chocolate negro y de algunas parafilias sexuales que no pienso confesar aquí, creo que algunos días soy demasiado susceptible, vehemente, ácido, impulsivo, orgulloso, desordenado y perezoso. Hablo mucho, como puedes ver, y a menudo le doy más vueltas de la cuenta a las cosas, cuando casi nunca merece la pena.
¿Y sus virtudes?
Uno intenta proyectarse a sí mismo en lo que admira de los demás o en un ideal, pero a veces hay que asumir que no estamos hechos de esa pasta. No soy la persona que hubiera querido ser, sino una versión más discreta, pero hace cuarenta y cinco años que me soporto, creo que me conozco bien a estas alturas y, de entre todas mis sombras, me he dado cuenta de algunas cosas que no son proyecciones ni ideales, sino pura biografía: nunca fui cobarde ni envidioso, siempre perdoné a quien se arrepintió de corazón, mantengo lealtades de por vida y cuando amo, lo hago sin reservas. También soy bastante bueno curándome yo solito las heridas, dando besos con lengua y sacando parecidos razonables entre los caretos de la gente.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Si viera que la cosa aún tiene un mínimo atisbo de remedio, me dejaría de dramas y me concentraría en la forma de salvarme. Si el final fuera ya inevitable, diría «oh, mierda» y luego, tras ese cortometraje mental de fogonazos con las personas, los lugares y los momentos que amé, creo que daría las gracias por lo vivido, pensaría en el nuevo viaje, tomaría la última bocanada de aire y me iría hacia el fondo con la sonrisa de un delfín.

T. M.