viernes, 17 de noviembre de 2017

El impacto de unas olas y un faro


Es objeto siempre de estudios biográficos que, lejos de resultar redundantes, se complementan, y nos van llegando sus textos dispersos: diarios, cartas, crónicas de viajes, ensayos sobre sus autores favoritos... Todo lo cual indica un interés continuo por esa mujer de prodigiosa inteligencia demente, probable lesbiana de vida heterosexual o asexual con su paciente marido, Leonard Woolf –que la consideró un genio desde que la conoció y calificó cada una de sus escrituras de obra maestra–, poeta que escribía en prosa llamada Virginia Woolf. Dada sus inseguridades, miedos y arranques nerviosos, no es de extrañar que siga despertando admiración y curiosidad, como pone de manifiesto este volumen que Gordon publicó en 1986 y que ya en nuestro siglo revisó y reeditó.

Es un libro bienvenido, pero ya tuvimos un trabajo inmejorable con «La vida por escrito. Vida de Virginia Woolf» (2015), de Irene Chikiar Bauer; ahora además acaba de aparecer «600 libros desde que te conocí» (Jus Libreros y Editores), una preciosa edición de las cartas que se enviaron Woolf y Lytton Strachey, muy bien ilustrada y con una foto de portada con los dos protagonistas. La misma del libro de Gordon, extrañamente, dándole un peso gráfico al amigo de la narradora que bien hubiera merecido Leonard, uno de los dos destinatarios (el otro sería su hermana Vanessa) de las notas de suicidio que dejó escritas el 28 de marzo de 1941, antes de ahogarse en el río Ouse a los 59 años.

Los traumas de Adeline

Gordon pone el énfasis en los traumas vividos por la pequeña Adeline Virginia Stephen, una «década de muertes [que] marcó la juventud de Virginia y la desgajó abruptamente del resto de su vida». Se refiere a las desapariciones de su madre Julia, en 1895 – fecha de su primera crisis nerviosa–, la del padre Leslie en 1904 y la del hermano Toby en 1906. Surge así según la autora una imaginación obsesionada con los muertos, que «le incitaron a hacer cosas imposibles, la condujeron a la locura, aunque, controladas, esas voces se convirtieron en el material de su ficción». Los acontecimientos desgraciados, más los presumibles abusos sexuales de su hermanastro Gerald –que han generado todo tipo de elucubraciones, ninguna concluyente–, y los antecedentes de cuadros maniaco-depresivos en su familia paterna, forman el carácter precoz de la que apodan «la Cabra», que, con nueve años, junto a Vanessa, que tanta influencia tiene en ella, crea un periódico y deleita a la familia con la lectura de sus cuentos. Gordon se introduce en la cotidianidad intelectual, creativa y social de la escritora, poniendo el peso en diversos instantes de su infancia, en familia y frente al mar, que le quedan tan grabados que luego aparecen como escenarios de «Las olas» y «Al faro». Según la biógrafa, esta obra significaría, a los 44 años, el logro de la identidad como escritora que estaba persiguiendo, al concentrarse en «dos pilares: las figuras paternales y la generación anterior». Era una Woolf en búsqueda de las fuentes de su vida que ahora recibe una nueva mirada que «rastreará su respuesta creativa a tales recuerdos».


Publicado en La Razón, 16-XI-2017