sábado, 20 de enero de 2018

Entrevista capotiana a Patricia Esteban Erlés

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Patricia Esteban Erlés.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Nueva York. En un apartamento de renta antigua cerca de Central Park, con escalinata en la entrada.
¿Prefiere los animales a la gente?
Creo que los animales son más honestos en la expresión de sus emociones que muchas personas. El filtro cultural nos provee de estrategias de ocultamiento más efectivas aún que el cambio de color de los camaleones. Pero por otro lado siempre he pensado que el hombre es un animal, un ser vivo impulsado por un alma que en ocasiones es el motor de las mejores cosas que tiene la vida.
¿Es usted cruel?
Literariamente sí. Cuando salgo de mis historias, procuro mantenerme a salvo de la crueldad porque me repugna y me asusta. Sin embargo, creo que la literatura es un mundo aparte en el que debe aparecer como pulsión, si no queremos que los personajes estén incompletos. Me gusta pensar en la crueldad como motivo literario. Ojalá no fuera tan frecuentemente un asunto estrictamente real.
¿Tiene muchos amigos?
Los que necesito. Algunos, no demasiados, porque la amistad verdadera lleva tiempo y hay que cuidarla y hacerla crecer de forma constante y silenciosa.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La generosidad, el humor, el optimismo. Me gusta rodearme de personas que ven la vida como algo bueno que nos está pasando.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, los que decepcionaron de forma irremediable no eran amigos. Fallar en algo, en un momento determinado, en una situación, es propio de las adorables maquinitas imperfectas que somos y así lo entiendo.
¿Es usted una persona sincera? 
En general sí. Pero me gustan algunas mentiras, la literatura lo es y sin ella la vida no resultaría tan grata.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Pensando que tengo tiempo libre, desconectándome. Derrochando una hora en un paseo sin rumbo con mis perros, en la lectura de un libro en un café, durmiendo una siesta intempestiva… Todo muy caro, como puedes ver.
¿Qué le da más miedo?
La falta de compasión, la ausencia de escrúpulos que a menudo observo en personas razonablemente normales. Me da miedo que no importe el daño que se hace cuando se difunde una foto comprometida o la tortura de alguien. Es un signo de nuestros tiempos, la banalización de las libertades, el respeto del otro, que tiene consecuencias instantáneas y a la vez permanentes.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandalizan aquellos que menosprecian la cultura, la educación, el esfuerzo. Me indignan los que no aprovechan las ventajas que tiene vivir en una sociedad, la falta de inquietudes, de ambiciones personales. Me parece que la vida es una oportunidad para convertirse en alguien, para llegar a ser alguien. No pasar de la categoría ameba o ficus por propia voluntad y además presumir de ello me parece obsceno.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ser lo que soy, una profesora feliz de entrar en clase y hablar de lengua y literatura con toda la pasión y la fe con la que a mí me hablaron algunos maestros.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Camino mucho, subo las escaleras de mi casa y procuro ir al gimnasio dos o tres veces por semana. También me tumbo muy bien en un sofá y leo hasta que aparecen las primeras agujetas.
¿Sabe cocinar?
No, claro que no. Solo se me da bien aliñar ensaladas. Tengo auténtico talento para ello.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Seguramente a Truman Capote. Nadie adjetivaba como él, nadie entendió tan bien como él que la vida es una larga entrevista. Me conmueve esa ternura con la que sabía mirar a sus personajes y que aplicaba pocas veces en la vida real. Era un mal bicho, escribía tumbado y organizaba fiestas memorables en blanco y negro.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
“Tú”. En ese pronombre están comprimidas todas las expectativas, todos los deseos que sentimos. Hacemos a un “tú” responsable directo de todos nuestros sueños. Pobrecito “tú”, tan corto y tan eterno, tan largo y a veces tan decepcionante.
¿Y la más peligrosa?
“Verdad”. Es una palabra que solemos rellenar a voluntad y en nombre de la cual se cometen auténticas atrocidades. Quien se cree su abanderado es alguien peligroso y que normalmente ignora el significado del concepto.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Constantemente. Me gusta pensar que como tengo la literatura para explayarme y no llegar a cometer una locura.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Izquierda saludable.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Una multimillonaria que pudiera dedicarse a leer y escribir y desayunar cada día en una cafetería art decó donde me conocieran los camareros y me sirvieran las tostadas tal y como me gustan.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La vehemencia, la impaciencia. La pereza, que intento vencer a cada momento, antes de caer irremediablemente en ella.
¿Y sus virtudes?
La curiosidad, la necesidad de ver algo que merezca la pena hasta en la peor de mis catástrofes.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Un perro blanco y negro llamado Pegaso que era de mi abuelo, aquel folio en blanco que me pidió que escribiera en él algo que no fuera una redacción escolar, el agua azul llena de ochos de una piscina, aquel viaje en moto con él, la primera vez que tuve un libro mío entre las manos. Todas las veces que me he reído.

T. M.