sábado, 21 de abril de 2018

Entrevista capotiana a Fernando García Calderón


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Fernando García Calderón.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
La habitación 332 de un hotel de Corralejo, en Fuerteventura, si mi mujer me acompaña. Se escucha el mar, se divisa la isla de Lobos y se escribe como en ninguna otra parte.
¿Prefiere los animales a la gente?
Si he de mostrar mis preferencias biológicas, diré que el homo sapiens es superado por gorilas, elefantes, delfines y ballenas. Y no estoy improvisando. La gente, como colectivo, no me interesa demasiado. Pero hay unas cuantas personas que tienen todo mi cariño y buena parte de mi aprecio.
¿Es usted cruel?
No, pero pude serlo.
¿Tiene muchos amigos?
No, nadie tiene tantos amigos. Y, quien afirme lo contrario, o se engaña o miente.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Digamos que no busco nada, sino más bien lo recibo. El término lealtad resume al amigo verdadero.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Cuantos menos tienes, menos posibilidades surgen. Suelen decepcionarme los enemigos, que también hay.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, porque he hecho de ese atributo mi estrategia vital.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Mi sosa biografía se resume en ejercer de ferroviario en jornada laboral y escribir de 11 de la noche a 2 de la mañana. Lo que queda, lo dedico principalmente a mi compañera de penurias. Me gusta pasear, ver películas y escuchar música con ella. Me agrada leer, solo.
¿Qué le da más miedo?
El fanatismo. Los grandes males de la humanidad comienzan con un listo con poder de convicción y los adocenados que lo siguen.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La mentira. Soy muy mayor, pero todavía me escandaliza.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Leer, que también es muy creativo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Padezco un síndrome de fatiga crónica. No es vagancia; es un mal, con diagnóstico de internista, que me limita desagradablemente. Antes, jugaba al tenis y corría. Ahora paseo o me meto en agua caliente.
¿Sabe cocinar?
Sé no morirme de hambre, pero no sé cocinar.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Es difícil decantarse por uno a bote pronto. Me vienen a la cabeza el Barrabás de Lagerkvist, Bartleby, Armand d'Hubert, la Adriana de El Sur de Adelaida García Morales… El coronel que no tiene quien le escriba. Yo le escribiría.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Criatura.
¿Y la más peligrosa?
Odio.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, pero sí que se le irritaran los ojos, le gotease la nariz o le doliera una muela.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Hace años habría dicho que era de izquierdas. Hoy las etiquetas se han difu­minado y los que se identifican con una de las viejas tendencias políticas caen fácilmente en el dogmatismo. Apoyaría cualquier proyecto que implique igualdad y bienestar para todos. Pero que implique los conceptos “igualdad”, “bienestar” y “todos” a la vez, y lo haga de verdad. Sobran demagogos.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Bibliotecario.
¿Cuáles son sus vicios principales?
No tengo vicios, pero tengo defectos. Puedo ser un pesado.
¿Y sus virtudes?
La memoria y la tenacidad que, llevadas al extremo, me convierten en un pesado.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Me figuro pasando revista a mi vida en unas cuantas instantáneas, de forma inconexa, sin orden temporal, y confundiendo la realidad con la fantasía tan auténtica que inunda mis relatos.
T. M.